Luces, cámara… ¡acción!
Cuando pensamos en la banda sonora de una obra audiovisual —ya una película, una serie de televisión o un videojuego— solemos limitarnos a la banda sonora original. En los orígenes del cine este tipo de composiciones estaban muy vinculadas a la música clásica. Célebres compositores como Sergei Prokofiev o Dimitri Shostakovich exploraron aquel nuevo medio, legándonos grandes músicas como Alexander Nevsky o El teniente Kijé.
El concepto musical en la primera época de Hollywood también era muy cercano a los conciertos y óperas: grandes orquestas y partituras monumentales. Sin embargo, estas catedrales sonoras fueron desapareciendo con el avance de la cultura de masas. Las nuevas generaciones de compositores y cineastas poco a poco fueron modificando el cómo debía sonar una película, tanto con instrumentaciones alternativas (cambiando la orquesta por música electrónica o grupos reducidos, e incluso huyendo de la música clásica) como con una nueva orquestación para las instrumentaciones más tradicionales.
Un conocido ejemplo de este cambio de paradigma es la banda sonora de Troya (2004, Wolfgang Petersen). Inicialmente se contrató al compositor Gabriel Yared, que creó la banda sonora de la película. Con la música y el montaje prácticamente terminados se realizaron proyecciones de prueba de la cinta. La reacción del público fue negativa, por lo que el director decidió prescindir de la banda sonora de Yared y encargar una nueva a James Horner1.
Aún hay compositores que combinan en su producción la música de cine y la de concierto, como es el caso de Philip Glass. Pese a ser considerado eminentemente clásico, el compositor minimalista norteamericano cuenta en su haber con tres nominaciones a los Óscar (por Kundun, Las horas y Diario de un escándalo). Pero Glass es una excepción y, salvo algún escarceo ocasional, los compositores “de concierto” suelen mantenerse alejados del celuloide y viceversa.
Sin embargo, a pesar de esta disociación la música clásica sigue presente en nuestras pantallas. En primer lugar, en forma de música diegética: la música que está sonando la escena y que los personajes escuchan —es posible que se haya explotado un poco el cliché de villano que escucha música clásica—. La otra vía de supervivencia es la música preexistente.
Cuando hablamos de Hans Zimmer o de John Williams nos referimos a bandas sonoras originales. Este apellido no es un añadido innecesario, quiere decir que las obras han sido compuestas ex profeso para la película (por eso es «original»). La música preexistente es la que pertenece a la banda sonora pero ha sido compuesta previamente, como puede ser la empleada en 2001: Una odisea del espacio (1968, Stanley Kubrick).
Corred a por vuestras palomitas y partituras, porque la película va a empezar.
1Algunos musicólogos han acusado a Horner de plagiar en esta banda sonora fragmentos de Benjamin Britten, Prokofiev y Shostakovich.
